Sin problemas
(Santo Trafficante, que heredó este oxímoron de nombre y los "negocios" de su progenitor, en el bar San Souci. La Habana, Cuba, 1955)
—Santo Trafficante, un apellido apropiado para un
gánster...
—¡Ay, cará!, ¡otra vez ese matraquilleo,
chico! Ya te he dicho que eran «hombres de negocios» que invirtieron en casinos
y clubes —dijo doña Gloria, encendida.
Un hecho aparentemente inconexo, la muerte del facineroso Albert Anastasia en una barbería de Nueva York en 1957, vino a despertar a algunos de ese espejismo. ¿Por qué algo tan lejano y cinematográfico mereció las portadas de los periódicos cubanos? Porque Santo Trafficante había estado cenando con él dos días antes y, al lado de la foto del cadáver de Anastasia, tendido entre los sillones de la barbería, aparecía su rostro de mirada indolente y gafas de intelectual, como un Truman Capote masculino. La noticia relacionaba sin elusiones la cara más dramática del hampa neoyorquina y un «empresario de casinos» de La Habana. Algún titular se atrevió a hacer una pregunta que hoy resulta naíf: «¿Operan los gánsteres americanos en Cuba?».
Doña Gloria se levantó de la mesa, se acercó a un buró, abrió un cajón y sacó una carpeta llena de recortes de periódicos que recogían aquella historia. Tras entregársela a Atamante y decirle que los guardaba su marido, se sentó en la banqueta del piano. Empezó a tocar de nuevo música de Duke Ellington. Mostrando un sentido de humor macabro, eligió la pieza que compuso para la película Anatomía de un asesinato, que tocan a cuatro manos el propio Duke y su protagonista, James Stewart: Happy anatomy.
(Número musical Razzle dazzle de la película Chicago, musical estadounidense dirigido por Rob Marshall, estrenada en 2002 y protagonizada por Catherine Zeta-Jones, Renée Zellweger y Richard Gere)
Doña Gloria, sin levantarse del piano, dijo que eran habladurías y ahondó en la defensa a ultranza de la presencia en Cuba de esa gente. Argumentó que el juego había adquirido mala reputación porque los clubes subcontrataban sus salas de juego a gente sin escrúpulos que recurría a una estafa conocida como razzle-dazzle.
—Ganar en ese juego tiene menos probabilidades que sacar aceite a un ladrillo, deslumbran al jugador haciéndole creer que van a lograrlo y acaban desplumándolo.
—Se toparon con un asesor del entonces senador Nixon, que jugó en una de esas mesas y perdió cuatro mil dólares.
—¡Eso es una burrada! —Abrió los ojos exageradamente.
—¡Eran tremendos tigres esos marañeros!
—¿Cómo alguien de ese nivel se dejó estafar así?
—Se quedaría encandilado viendo las mulatas semidesnudas del Sans Souci, bailando los «ritmos desenfrenados de la jungla» que creó Rodney.
Desde el Diario de la Marina, explicó, se levantaron voces para pedir medidas que limpiaran el juego de tramposos, salvo que Cuba quisiera ser «un ábside en el templo de la corrupción mundial», escribió un columnista. ¿A quién encargó Batista aquella limpieza? A Meyer Lansky.
—La mafia siguió el lema de la Real Academia Española: Limpia, fija y da esplendor. —Su sonrisa maliciosa duró lo que tardó en ver el semblante de doña Gloria.
(Durante la Ley Seca, se permitía que los médicos prescribieran alcohol como solución para ciertas dolencias. Se calcula que en los 14 años de la Ley Seca, se expidieron 6 millones de recetas médicas de alcohol)
La ley seca consideró excepciones en el caso de los médicos, que recetaban la ingestión de alcohol como tratamiento terapéutico en situaciones muy específicas o el uso religioso de vino para el rito cristiano de la eucaristía y los rituales judíos del sabbat.
(Agentes federales vertiendo el alcohol de contrabando requisado durante los años de la Ley Seca)
La ley seca o "Prohibición" de vender bebidas alcohólicas entró en vigor en Estados Unidos, mediante la Enmienda XVIII a la Constitución, el 17 de enero de 1920 y duró hasta el 6 de diciembre de 1933, fecha en la que fue derogada por la Enmienda XXI.
La persistencia de la demanda de bebidas alcohólicas estimuló la producción, importación y venta de licores de forma clandestina, cuyos precios se dispararon en el mercado negro, provocando un aumento considerable de los beneficios del crimen organizado. Un buen ejemplo de esto fue Al Capone, cuyo imperio abarcaba cervecerías, destilerías, tabernas clandestinas, almacenes, flotas de barcos y camiones, night clubs, casas de juego, hipódromos y canódromos, burdeles, sindicatos de trabajadores y asociaciones comerciales e industriales.
Alphonse Gabriel Capone (Brooklyn, Nueva York, 1899 - Miami Beach, Florida, 1947), más conocido como Al Capone o Al Cara cortada Capone, visitó La Habana en 1928 para supervisar la compra de alcohol y asegurar que sus embarques de contrabando hacia Estados Unidos estuvieran debidamente protegidos. A partir de ese momento, los guardacostas persiguieron implacablemente a los piratas que asediaban a los barcos mercantes, dejando vía libre a los buques que transportaban la mercancía de Capone.
Aquel viaje demostró, por un lado, la importancia del puerto de La Habana en los planes de la mafia para enriquecerse durante la Prohibición y, por otro, que los contactos que mantenía con políticos y empresarios relevantes de Cuba no eran recientes. Una de las relaciones que el famoso gánster de Chicago cuidó más fue la de Rafael Guas Inclán, entonces presidente de la Cámara de Representantes y más tarde vicepresidente de la República de 1955 a 1958 con Batista. En aquella ocasión Capone le regaló un reloj Patek Philippe, idéntico al que él mismo se compró para él mismo en la joyería más lujosa de la calle Obispo.
El Caribe era una ruta fundamental para los envíos de ron, y en el puerto de La Habana se realizaba la mayor parte de su estiba; el juego estaba presente, pero solo había dos locales: el hipódromo y el Gran Casino Nacional. Lansky fue el primero en ver el potencial de la isla, donde el juego sustituiría los beneficios de la venta ilegal de alcohol en cuanto finalizara la «prohibición».
La agitación política antes y después de Machado era constante. La oleada de represalias contra los machadistas fue sangrienta. Hubo saqueos, secuestros, torturas, asesinatos y ejecuciones en plazas públicas, aparecían cadáveres ahorcados en las farolas o tirados por las cunetas.
—Los saqueos no eran obra de la chusma, sino de gente adinerada que iba en busca de echarpes, mantillas o estolas de visón que habían visto llevar a las dueñas de las casas. ¡Vergonzoso!
—Otra
razón del retraso se debió a que un fiscal de distrito de Nueva York consiguió
que juzgaran y declararan culpable a Lucky Luciano de prostitución forzosa.
Llevaba unos años encarcelado cuando le llegó una insólita proposición de la Marina estadounidense. Desde que entraron en la Segunda Guerra Mundial, sus barcos estaban siendo diezmados en alta mar por submarinos alemanes y saboteados en los puertos por sus espías. Luciano aceptó cooperar y sus hombres informaron de los movimientos sospechosos en los muelles. Pronto llegaron las detenciones y se redujeron drásticamente los estragos. El fiscal concedió a Luciano la «conmutación especial de la sentencia» con la condición de ser deportado a Italia. No aguantó demasiado tiempo alejado de sus negocios, y a los pocos meses viajó a Cuba, donde llevó una vida relajada, cuidando sus relaciones con los políticos cubanos tanto como las flores del jardín de su mansión de Miramar.
De nuevo, doña Gloria fue al buró y sacó una nueva carpeta. Los recortes de periódicos eran americanos; se hacían eco de la estancia de Sinatra en La Habana, acompañando a Lucky Luciano; hablaban de una orgía celebrada en el hotel Nacional, en la que participaron, además, los hermanos Fischetti, de la banda de Al Capone, y un hermano de este, Ralph. También se encontraban algunos documentos del FBI constatando los hechos.
En ese momento, doña Gloria volvió a levantarse para ir a sentarse al piano. Comenzó a cantar suavemente: «In a sentimental mood, I can see the stars come thru my room». La intriga de antes se convirtió en zozobra. No sabía si doña Gloria se había vuelto loca o la mezcla de ron y espumoso le estaba afectando de igual modo que a él. El caso es que tocaba y cantaba con delicadeza. ¿Sería él quien estaba perdiendo el juicio?
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