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Mostrando entradas de agosto, 2020

La inauguración del hotel Hilton

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  ― ¿Os acordáis del día que se inauguró el Castellana Hilton? ― Ninguno de nosotros estuvimos allí ―contestó el resto al unísono, viendo las sanas intenciones del doctor. ― Hará de esto nueve años ―empezó el doctor―. Hubo unos quinientos invitados. Una mezcla tan surrealista como la de hoy, a la que se unió el Patriarca de las Indias Occidentales, Eijo Garay. ¿No os parece ridículo? ¡Ya no tenemos colonias ni orientales ni occidentales y el obispo de Madrid mantiene ese título! Por cierto, el obispo que casó a Villaverde. ― Y el que entronizó a Franco bajo palio en la iglesia de Santa Bárbara ―completó Dueñas con acritud, orgulloso de formar parte de la revista que se estaba convirtiendo en un referente para la resistencia intelectual al franquismo. ... ― Recuerdo haber visto un No-Do antiguo ―quiso contribuir de nuevo Atamante, repuesto del bochorno―, donde aparecían desembarcando en Barajas un montón de estrellas de Hollywood, el primero Gary Cooper. ― Cooper venía de ganar

Cine III

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  Atamante vio al doctor Torroba. Andaba muy ufano entre los invitados, y al cruzarse con una joven, sonrió, alargando su mostacho imperial, arqueó sus gruesas cejas asimétricamente, acentuando su mirada picarona, y la saludó: «¿Cómo estás, lindita mía? » ; respondido recatadamente, un destello emanó de sus ojos oscuros, a través de sus larguísimas pestañas, dobladas hacia el firmamento. Viendo que el doctor se acercaba a una reunión de técnicos españoles, Atamante aprovechó para unirse a ellos, albergando la esperanza de averiguar algo sobre aquella chica, cuyos ademanes lejanos le habían seducido. Cuando llegó, Jesús García Dueñas, joven redactor de la revista Triunfo y estudiante de la escuela de cine, con su aspecto de buen chico y una mirada profunda que parecía grabarlo todo, preguntaba por la presencia española en el equipo técnico de la película. Allí estaban dos jóvenes veteranos de producciones extranjeras, Tedy Villalba y Pepe López Rodero, y Gil Parrondo, de extensa trayect

Cine II (Afrodita descalza)

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  Un día de calor infernal del verano del 62, Samuel Bronston logró reunir un número no desdeñable de invitados el día que comenzaba el rodaje de 55 días en Pekín . En una zona cubierta por grandes toldos, donde unos camareros de etiqueta ofrecían pródigamente bebidas y jamón ibérico, los actores principales y los productores acompañaban a cientos de asistentes. Utilizaba la escenografía, diseñada por Colasanti y Moore, como escaparate publicitario y para asombrar a las fuerzas vivas del régimen de Franco, con quien mantenía unas provechosas relaciones. Por eso, no escatimaba gastos en el diseño artístico y se rodeaba de los mejores profesionales. ... Se notaba cierto nerviosismo en las autoridades españolas, particularmente entre los ministros falangistas, que desde hacía un lustro estaban perdiendo poder en favor de los tecnócratas del Opus y se rumoreaba que pronto habría otra remodelación de gobierno. Se estaba dejando a un lado la autarquía económica y se iniciaba una apertura al

Cine I

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      Rafael Torroba cambió el bisturí por la atención primaria a las estrellas del celuloide. Era uno de los cirujanos pioneros en intervenir en España a corazón abierto. Amigo del «yernísimo», Cristóbal Martínez-Bordiú, y dicen que en más de una oportunidad le prestó dinero para que saliera con Carmencita. En aquellos años, los dos eran interinos en el hospital de la Cruz Roja y era vox populi que los días en los que operaba Rafael las probabilidades de sobrevivir eran mayores. Los dos se disputaron una plaza en el hospital y, claro está, se la dieron a Cristóbal. Torroba lo aceptó deportivamente, sin que minara su amistad. Tiempo después, conoció a Samuel Bronston en el bar del hotel Hilton que buscaba un médico español. Ahí empezó su nueva carrera.  En sus ratos libres, leía a Joseph-Marie Lo Duca, uno de los primeros autores que reflexionó sobre la manera en que el cine presentaba el erotismo de la mujer. ... Atamante se quedó hasta tal punto confuso que buscó el consejo de la pe

Trovadores V (negros curros)

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  ― Una última cuestión, don Justo. ―Lo retuvo cuando ya habían concluido las actuaciones y los asistentes se empezaban a marchar―. ¿No tienen esos lamentos alguna reminiscencia del flamenco español? ― No es descabellado que preguntes eso, chico. Alguien tan versado como el famoso rumbero  Saldiguera , dice que en la voz, la inspiración se avecina bastante al cante jondo. Esa influencia la trajo el negro curro. ― ¿Ha dicho usted negro curro? ―se extrañó Atamante. ― Me refiero a los negros curros   del Manglar, a extramuros de La Habana Vieja. Fueron unos negros y mulatos originarios de Sevilla. De ahí su nombre, en Cuba se dice curro a los andaluces. No eran esclavos, vinieron libres. Don Fernando Ortiz, nuestro insigne antropólogo, los llama los nietos bastardos de don Juan Tenorio. … Doña Gloria, que los conocía por los escritores costumbristas de la época, describió su peculiar fisonomía: pasas en largas trenzas sobre los hombros, dientes limados a la usanza carabalí, pantalones de

Trovadores IV (Coco mondansere)

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  ― Y ahora, querido público, para finalizar, ya que ustedes han sido tan conscientes en la espera, van ustedes a escuchar la rumba columbia «Coco Mondansere» interpretada por el grupo Clave y Guagancó, que dirige el ilustre Mario Alán. ―Esta vez la presentación la hizo uno de sus propios integrantes. El solista o gallo comenzó un lamento en lengua africana, llorao , que a Atamante le pareció semejante a una seguiriya. A sus lamentos contestaba el coro con un estribillo, en su mayor parte «coco mondansere». El resto eran frases sencillas y breves en español, salpicadas con algún vocablo yoruba. El compás era vertiginoso, incluyendo elementos rítmicos heredados de las fiestas de tambores, celebradas los domingos en los barracones de esclavos. Vestían ropa de guajiro, pañuelo al cuello y sombrero canotier. … En un momento dado, el percusionista que tocaba el cajón pequeño y agudo, quinto , dejó el instrumento y se puso a bailar. Sus pasos y movimientos, primero suaves y armoni

Trovadores III (la fruta bomba y el faraón de Cuba)

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  Al terminar, el presentador acromegálico volvió a armarse de su oratoria altisonante para anunciar la siguiente actuación: ― ¿A quién no le gusta la fruta bomba? A todo el mundo, ¿verdad? Por eso, el conjunto Guarina, bajo la dirección dinámica de Humberto Mas, nos va a deleitar con el pregón de la Fruta Bomba, ¡ja, ja! ― ¿Qué fruta tan explosiva es esa? ―preguntó Atamante a doña Gloria. ― La conoces, la has comido en estos días, es la papaya. Lo que ocurre es que en Cuba se asocia… con el sexo femenino ―dijo doña Gloria, apuradamente―, que se evita nombrarla cuando uno se refiere a la fruta. Esta vez eran diez los miembros, todos ellos bien trajeados: un trompetista, el único blanco, cuatro guitarras, bongós, timbales, contrabajo y una pareja de vocalistas; que a su vez, martilleaba las claves ella y sacudía las maracas él. El cantante era un dandi mulato con traje color marfil, a juego con el vestido y las perlas de su compañera. El trompetista, amén de dirigir «dinámicame

Trovadores II (la peña de Sirique)

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Era domingo por la tarde y doña Gloria le había llevado a aquel taller de herrería situado en la calle Santa Rosa, en el Cerro, en el que su dueño, Alfredo González Suazo, alias Sirique, reunía todas las semanas a viejos trovadores y soneros. Un hombre bajito, con aspecto de catedrático, se dirigió a Atamante: ― Estimado amigo, resulta de un inmenso efecto emocional esta especie de resurrección artística a través de la religión de nuestros ritmos. ― ¿Ha dicho usted religión? ―inquirió Atamante, extrañado de que hubiera sobrevivido una religión al ateísmo doctrinario de la revolución. ― Nuestro ritmo resulta, para la mayoría de los que nos encontramos aquí, una especie de religión que nos une desde hace más de medio siglo. El taller se ha convertido en un lugar de encuentro, donde se exaltan los valores culturales de nuestra nación; donde, a la vez que se corre el acero, se fraguan nuestros ritmos. … El viejecito, que lo había apadrinado, siguió contándole: ― Sirique, un trovador aficio