Jardines del buen retiro II

 

Siempre la vio allí mutilada. La había conocido entera en los dibujos del abate Ajello y en las esculturas de su jardín, que reproducían el trabajo de los restauradores barrocos de la reina Cristina de Suecia; con cabeza y miembros, lira de cuernos de carnero y caparazón de tortuga. Salvatierra, neoclásico, volvió a ejecutar la amputación secular en cuanto llegó al Prado. Habría que esperar a mediados de los años treinta de este siglo para que volvieran a colocarle una cabeza barroca, pero le pusieron la de ¡Euterpe!

Las peripecias que sufrieron Terpsícore y sus hermanas, por los distintos criterios de restauración, se las contaba a Claudia en la sala del sótano donde se encontraba expuesta la colección de la reina sueca, presidida por un retrato ecuestre suyo.

(En la imagen, la Musa Terpsícore de la colección de la reina Cristina de Suecia. Anónimo. Copyright ©Museo Nacional del Prado).

 (Efebo de Anticitera. Museo Arqueológico Nacional de Atenas)

—Ojos verde oliva, mirada inquietante, pelo azabache ensortijado. —Se llevó un dedo índice a los labios—. ¡Ya lo tengo! Actor de cine.

—No pasé de extra. —Esbozó una sonrisa y el cosquilleo perineal iba en aumento.

—Nariz ligeramente prolongada, labios carnosos, mentón prominente, hombros anchos, cuerpo esbelto. ¡El efebo de Anticitera, que ha venido a saludar a las musas!

Jean-Baptiste Camille Corot (retrato de Nadar)
(El viejo puente de Mantes, 1855. Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba)

Claudia se adentraba en un terreno resbaladizo. Desde su reencuentro, no se habían permitido expresar sus verdaderos sentimientos, a excepción de los instantes vesánicos que vivían inmersos en la vorágine de su pasión. Atamante evitó contestar, recordó lo que dijo un crítico francés de Corot —«Año a año, el paisaje de Francia se parece cada vez más a sus cuadros»— y le preguntó:

—¿A qué artista crees que imita esta naturaleza?

(Otoño en Argenteuil de Monet. 1873. Galería del Instituto de Arte Courtauld)

—Interesante proposición —Claudia, en el fondo, agradeció su quiebro—. En los álamos, olmos y robles de la derecha veo a Monet, aunque no sabría decir por qué.

—Quizás tengas en tu inconsciente Otoño en Argenteuil, una vista desde el Sena de la ciudad donde Monet solía pintar con Renoir y Manet. 

(Van Gogh - La Avenida de Los Alyscamps. 1888)

—¿Y a ti qué pintor te sugiere?

—Veamos. —Observó con detenimiento a su izquierda—. Los álamos y la hojarasca me trasladan a los amarillos y naranjas llameantes de Van Gogh; en otros lugares percibo los verdes y naranjas saturados de Gauguin.

(Entre los Mangos/La cosecha de Mangos, Paul Gauguin, 1887. Museo van Gogh, Ámsterdam)

—¿Sabes lo que dijo el pintor holandés sobre las obras que trajo su amigo de Martinica? «¡Formidables! No fueron pintadas con el pincel, sino con el falo».

—¡No seas tan grosero, chico! —interrumpió Claudia.

The Complete Poems of Cavafy: traducido por Rae Dalven y una introducción de W.H. Auden. Hogarth Press, 1964

El camarero, un castizo picado de viruela, tras tomar nota de la comanda, echó a rodar aquel pequeño universo con una voz bronca y disonante: «Marchando». A Claudia se le cayó el bolso al suelo. Atamante se lo recogió junto a un libro que se había salido de dentro: The Complete Poems of Cavafy.

(Fotograma de Cleopatra, 1934, de Cecil B. DeMille, con Claudette Colbert como Cleopatra, Warren William como Julio César,  Henry Wilcoxon como Marco Antonio y Ian Keith como Octavio)

—«El dios abandona a Antonio», ¿quieres que te lo traduzca? 

Claudia no tardó en encontrarlo:

—«Cuando de repente a medianoche oigas pasar un cortejo invisible con música exquisita, con griterío» —recitaba sin acento ni exagerar el ritmo, con entonación sobria y marcando las pausas justas.

Atamante conocía la escena por las Vidas paralelas de Plutarco, que Shakespeare reprodujo en su tragedia Antonio y Cleopatra. 

(El encuentro de Antonio y Cleopatra: 41 a. C., 1883, pintado por el artista victoriano Lawrence Alma-Tadema. Representa el momento en el que Marco Antonio aborda la lujosa barcaza de Cleopatra, cuando remontaba el río Cidno, y queda impresionado por su belleza y por el lujo de la embarcación)

—«No lamentes en vano la fortuna que te falla ahora» —siguió Claudia.

Antonio malogró su suerte un año antes, pensó Atamante, en el momento en el que, todavía incierto el resultado de la batalla de Accio, vio las naves de Cleopatra desplegar sus velas y huir, reaccionando como un «amante cuya alma vive en un cuerpo ajeno» y abandonando a quienes luchaban y morían por él.


(Madame Récamier, pintado por el Jacques-Louis David en 1800. Se conserva en el Museo del Louvre de París, Francia)

Había comprado unos cuantos muebles de época en los anticuarios del rastro, dando prioridad a las líneas geométricas art déco, y los había distribuido de manera que no quedaran las habitaciones recargadas. Una salvedad era un sofá semejante al que tenía su padre, una imitación de principios de siglo de un recamier.

—¡Es precioso! En ese diván podrás sacarte los demonios de tu inconsciente.


(Joaquín Luis Suárez, Sevilla, 1951, pintor y guardia civil)

Entraron en el despacho. Claudia se fijó en la biblioteca que ocupaba la pared del fondo. Atamante la retó a encontrar una puerta secreta. Tuvo que palpar todos los paneles para cerciorarse de que a la derecha había un trampantojo.

—¿Lo has hecho tú?

—No soy tan bueno. Es un pintor autodidacta que encontré en el Prado copiando a los grandes maestros. 

(Los cuatro dictadores, Eduardo Arroyo, 1963. Museo Reina Sofía. De izquierda a derecha: Franco, Mussolini, Salazar y Hitler)

—¿Recuerdas la exposición de Arroyo en la galería Biosca?

—Claro, no hace tanto tiempo.

El pintor, autoexiliado, no acudió a la inauguración porque sabía que le detendrían tras presentar en la bienal de París Los cuatro dictadores, caricaturizando a Franco, Salazar, Hitler y Mussolini.

(A Favourite Custom, pintado por Lawrence Alma-Tadema, 1909. Tate Britain, Londres)

Al volver del baño, con su rostro encendido, exclamó: «¡Parece el baño de Cleopatra!».

—No vas mal encaminada. Me inspiré en fotografías de los baños de Pompeya y en los cuadros de Alma-Tadema, que los recreó a su gusto neoclásico.


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