Aves, mosquitos y plomo
El verano de 1958 los Barruticoechea
organizaron una cena en honor de Orestes Ferrara, amigo del padre de don Aurelio.
El primero en aparecer fue el conde de Foxá, sucio, traslúcido y mordaz, como él describió a Valle-Inclán. Vestía un traje gris oscuro de solapas anchas, sobre las que volaban las puntas del cuello de la camisa, igual que lo hacían en el colegio; la chaqueta, cruzada, arrugada y con algún lamparón, le quedaba grande y descompuesta, los hombros caídos y el faldón interior colgando; en tanto que los pantalones parecían encogidos.
―¿Te van a dejar
tranquilo ya en el ministerio, Agustín? ―Se preocupó don Aurelio, viendo los
estragos patentes en su rostro de su cirrosis.
―¡Qué va! El ministro
Castiella me manda a Manila. Pretende que haga de Manolo Morán en Los últimos
de Filipinas.
…
Poco después, llegaron
el embajador de Cuba en España, Juan José Remos, y su esposa, Mercy Carballal.
El embajador, de recia contextura y rasgos de trazo grueso, era un hombre de
letras y a él se debía una prolija historia de la literatura cubana. Su mujer,
pintora, se había destacado en la lucha por los derechos de la mujer en los
años treinta.
―¡El escudo de Baracoa!
―Se fijó Remos al entrar en el vestíbulo―. El perro con la antorcha en la boca,
la palma, la bahía y la nave de Diego Velázquez de Cuéllar, fundador de la
ciudad y primer gobernador de la isla.
―El escudo de los
marqueses de Baracoa, embajador ―replicó don Aurelio, aparentando aplomo.
…
Había insistido el embajador Remos en
liberalizar la importación del tabaco de Cuba, cuando llegó María Bernaldo de Quirós,
la primera aviadora de España.
A principios del año veintiocho,
asistió a una cena en la escuela militar de Sintra entre aviadores portugueses
y españoles, acompañando a su amigo Lecea, comandante de aviación. Allí se
encontraba Milú Sá Teixeira, que estaba aprendiendo a volar en aquella escuela.
Alguien del grupo preguntó cuándo habría una mujer piloto en el país vecino, a
lo que ella contestó «pronto, yo misma voy a empezar a volar en cuanto llegue a
Madrid». Ese mismo año le dieron el brevet de piloto, un mes antes que a la
portuguesa.
―He leído que usted ha cazado avutardas manejando su aeronave ―señaló el embajador Remos.
―No volví a cazar desde que perseguimos, Lecea y yo, a una pareja. La hembra iba ya muy cansada, cuando el macho nos buscó retándonos. Se veía clara su intención, quería despistar el aparato y que su compañera se salvara. Atrapamos al valiente y la hembra huyó. Frente a aquel botín de plumas yo me sentí triste. ¡Truncamos un idilio!
…
Los últimos en llegar fueron los homenajeados, el matrimonio Ferrara. Orestes era un renacentista italiano convertido en mambí cubano, que abandonó su vida de estudiante acomodado en Nápoles para enrolarse en la guerra de independencia cubana. Obtuvo una sólida reputación como intelectual escribiendo acerca de Maquiavelo y del Papa Borgia. Como hombre de armas y de letras, practicaba esgrima en la terraza de su biblioteca.
Su mujer, María Luisa, le impresionó tanto a Orestes al conocerla en Florida, en los días anteriores a embarcarse hacia Cuba, que le prometió casarse con ella si salía vivo de aquella contienda. Martí hacía años le escribió un poema en el que se refería a ella como «pálida niña cubana»; versos que le facilitaron la nacionalidad, pues nació norteamericana
Mientras llegaban las
codornices en salsa de vino tinto y servían el borgoña Grand Cru, Clos de la
Roche, que las acompañaban, Eca salió al rescate de Foxá, sensiblemente
agotado, cambiando de tema y de continente:
―Dime, Orestes, ¿quiénes
os ayudaron más a vencer en la guerra de independencia, los americanos o los
mosquitos?
El resto del grupo se
miraron desconcertados: doña Margarita, horrorizada; don Aurelio, alarmado; los
embajadores y la mujer de Ferrara, visiblemente enojados. La situación arrancó
a Foxá una sonrisa traviesa y Orestes contestó impasible:
―Te veo bien informada,
María. Si atendemos al número de bajas, no cabe duda de que el mosquito Aedes
Aegipti fue nuestro mejor aliado: el noventa por ciento de las muertes de
soldados españoles se debieron a enfermedades y, entre estas, la fiebre
amarilla fue la más devastadora.
―Y eso que fue un
científico cubano, Finlay, quien descubrió que este mosquito era el trasmisor
de la enfermedad escasos años antes. ―Cambió de actitud el embajador Remos,
observando la neutralidad de Ferrara―. Y el ejército español estaba avisado.
Los párpados pesados de
Foxá comenzaron a ceñir su mirada miope, escondiendo una veladura de tristeza,
su cabeza de procónsul romano se reclinó sobre su papada taurina y sus manos
comenzaron a trocear la carne de codorniz como un autómata.
―Querido Remos, los
mambises decíamos que La Sierra Maestra era una majasera ―tomó la palabra
Ferrara―, lugar para quienes querían sustraerse al ataque enemigo. Sin embargo,
su estrategia ha demostrado ser útil, ha sabido esperar a que se desencadenaran
los acontecimientos: unas elecciones fraudulentas, que los americanos no
aceptasen el nuevo gobierno y que anunciaran que dejarían de venderle armas a
Batista.
―Lo que hay es una
dolorosa y tenaz equivocación minoritaria... ―insistió Remos.
―La actitud de Batista
me hace suponer que el antiguo sargento-taquígrafo, eclipsado por las estrellas
del generalato, no ha considerado en serio la astucia de Castro. ―En la crítica
abierta de Ferrara había mucho hastío y desengaño.
Foxá, sintiendo la
tensión creciente, quiso rebajar el tono:
―Durante la Guerra
Civil, los futbolistas eran en su mayoría rojos mientras que los toreros eran
casi todos franquistas. Paralelamente, el público de las corridas era fascista,
en tanto que los partidarios del fútbol eran marxistas. Pues bien, desde hace
unos años, observo con tristeza que el balón vence a la media verónica,
encendida como un pétalo, y el penalti descabella la tarde del domingo. ―Sonrió
con un tinte de amargura.
Aquella premonición de
Foxá dejó al resto pensativo; a unos, por la sagaz metáfora utilizada, a otros
porque les pareció el canto del cisne. Atamante, que había seguido escuchando
detrás de la puerta, salió corriendo a su cuarto.
© Todos los derechos reservados
Comentarios
Publicar un comentario