Los ojos de Fragonard
—Ver
tanta pintura te ha trastornado la chola.
—La
variedad cromática de tu iris y sus mutaciones camaleónicas me recuerdan a las miniaturas
que se hacían con guache sobre láminas de marfil.
—¿Y
tú qué cuadro ves en concreto?
—El beso robado de Fragonard.
—Te contestaré con una frase de nuestro «máximo líder»: «En una fortaleza sitiada, toda disidencia es traición».
Aunque Atamante estudió con los marianistas, reconoció
la cita de Ignacio de Loyola y le sorprendió que un ateo utilizara la frase de un
santo para justificar la persecución de los contrarrevolucionarios.
—¿De
qué los conoces?
—Trabajé
con ellos de ayudante en el semanario cultural Lunes, del periódico Revolución,
a la vez que estudiaba. Lo cerraron hace cuatro años —dijo con amargura—. Al
principio se generó un ambiente favorable para la creación, y Lunes se convirtió, de la mano de Guillermo,
en un referente cultural en todo el mundo.
Atamante y Eliana se vieron envueltos en una suerte de
eretismo verbal, enlazando ideas, ocurrencias y conocimientos. Caminaban
despacio, sin mirarse de frente. Al doblar la esquina con la calle Línea,
Atamante señaló una casa señorial que había enfrente:
—Una de las construcciones más antiguas del barrio, al menos la planta baja. A principios de siglo se levantó la segunda y se reformó la fachada en estilo neobarroco. Fue la residencia de los Blanco Herrera, dueños de la primera fábrica de cerveza que se construyó en Cuba: La Tropical.
—¡A
esta revolución le sienta mal el colorete!
Esta vez Eliana sonrió levemente, sin separar los
labios. Se refirió al caso de Virgilio Piñera, uno de los escritores sentados
en la terraza de El Carmelo, que fue arrestado la Noche de las Tres Pes: Prostitutas,
Proxenetas y Pederastas, que ampliaron al concepto de «pájaro». Aquella redada nocturna se encargó al Escuadrón de la
Escoria.
—Hace
poco el Che dijo a las Juventudes Comunistas que había que «purificar lo mejor
del hombre por medio del trabajo», parecido al lema escrito en la entrada del campo
de trabajo que abrieron en Guanahacabibes.
—«Arbeit macht frei»[1] rezaba sobre los portalones
de los campos de concentración nazis, aunque allí «liberaban» a la mayoría con
ácido cianhídrico.
[1] ‘El trabajo te libera’.
—El
año pasado, Fidel, en un discurso pronunciado en la escalinata de la
Universidad, advirtió a los «hijos de burgueses» que andaban en actitudes «elvispreslianas»
de que el socialismo no puede permitir esas «degeneraciones».
—Después
de eso, a Elvis no se le ocurrirá venir a Tropicana.
No fue la única vez. Castro lo volvió a repetir en
unas declaraciones a un periodista norteamericano: «Una desviación de esta
naturaleza está en contradicción con lo que debe ser un militante comunista».
—Franco tardó quince años en penalizar la homosexualidad, al principio se preocupó más de perseguir a los «rojos» que a los «violetas». Ni a los curas ni a los padres de familia de buena posición se los persigue, por muy mari… bajito de sal que esté —se alegró de rectificar a tiempo.
—Aquí
les están sugiriendo a algunas figuras destacadas que se casen. Lezama Lima lo
ha hecho con su secretaria el año pasado, pero sus amigos aseguran que fue la
última voluntad de su madre. Virgilio dice que, como no sea de novia, no se
casa —se rieron.
Atamante, que había oído la historia a un maquillador
del cine amigo del artista, le contó lo que le hicieron a Miguel de Molina: «Fue
a principios de los años cuarenta. Al finalizar su actuación en un teatro de
Madrid, tres tipos disfrazados con boinas caladas y gabardinas blancas le
pidieron que los acompañara; le dijeron que el director general de seguridad
quería verlo. En los Altos de la Castellana lo sacaron a empellones del coche y
comenzaron a propinarle una somanta de palos; le cortaron su inconfundible flequillo
con tirabuzones y terminaron forzándole a beber aceite de ricino a punta de
pistola. ¡Les vomitó encima!».
Atamante se quedó pensativo, sabía por su padre que el conde de Mayalde era quien ocupaba entonces el cargo que le pusieron de cebo y repasó todo lo que le había dicho de él: que había dirigido la represión en la posguerra, que fue embajador en Berlín, que selló la colaboración con la Gestapo, que creó el Archivo Judaico. Lo enlazó con algo de lo que él mismo había sido testigo: la concesión de las llaves de oro de Madrid a Bronston, un judío ruso. Lo que no sabía era que, años atrás, mientras el conde daba ánimos a los heridos de la División Azul, Bronston tenía a su hermana encarcelada por los nazis en París.
(La rendición de Breda o Las lanzas, óleo sobre lienzo, pintado entre 1634 y 1635 por Diego Velázquez. Se conserva en el Museo del Prado de Madrid desde 1819)
Atamante revivió su juego favorito de Balmoral, describiendo aquella ceremonia en la que Mayalde, con casaca y calzón pardos, ofrecía las llaves de «Breda-Madrid» en un amago de genuflexión al magnánimo Bronston, que se lo impedía con su armadura pavonada y bastón de mando.
—Guillermo ha ganado el año pasado el premio Biblioteca Breve con su novela Vista de amanecer en el trópico. Le han dicho que está próximo a publicarse. A vuestros censores el libro les habrá parecido procaz, irreverente y lleno de chusmerías.[1]
[1] Expresión o comportamiento grosero.
—Hace dos años se lo concedieron a un joven escritor peruano, Vargas Llosa. El editor, Barral, llama a los censores «cetáceos» desde que le obligaron a utilizar este nombre como sinónimo de «ballena» en el libro de Vargas Llosa.
—Habrían
abjurado de aceptar en pantalla esa gran blasfemia que es Moby Dick.
Eliana le habló de lo que había dicho John Huston en
una entrevista: «Ahab odia a Dios, a quien considera el destructor del hombre;
la ballena es su máscara pérfida, a la que está obligado a matar».
Al cruzar la avenida de los Presidentes, Atamante reparó en el palacete que hacía esquina. Su ecléctica fachada y, en particular, su torre principal le recordaron a la casa de su infancia...
Comentarios
Publicar un comentario