Balmoral I

 

Don Aurelio se había convertido en un asiduo de Balmoral, desde que había abierto sus puertas hacía pocos años. Lo frecuentaba principalmente a la hora del aperitivo, pero también se escapaba alguna tarde y volvía de madrugada. Atamante se acordó de la vez que lo acompañó, cuando su encargado y barman, don Ángel, conocedor de su devoción por la mitología, le recibió con unas palabras que le parecieron habituales:

¿Qué le puede ofrecer este humilde Ganimedes?

Quita, quita… Que ni yo soy Zeus, ni tú un bujarrón ―le refutó en esa ocasión y lo hizo en alto, advirtiendo la presencia de unas modelos de Pertegaz, en animada charla.

...

Todos los trofeos de caza que ves han sido donados por algunos miembros de nuestra distinguida clientela, reconocidos cazadores que han querido contribuir a adornar el salón como si fuera la prolongación de su casa.

En realidad son sus mujeres las que los mandan, porque ya no soportan tener tantos cuernos en su casa ―intervino Agustín, soltando una sonora carcajada.

...


―¿Viene mucho el doctor Torroba? Es muy simpático. ―Se le empañó la voz. No podía olvidar que hacía unas semanas había estado con él compartiendo un momento desgarrador.



―Con frecuencia, salvo cuando está en algún rodaje. Ahora creo que está por Almería, rodando Rey de reyes.

...


Lo que más le atraía era el cosmos resplandeciente de astros que empezaba a llegar desde Hollywood, en especial aquellas divas que bien podrían representar a las musas.

―Ava Gardner es una mujer muy campechana, con unos ojos que marean. A ella le encantan los Dry Martini, aunque bebe de todo… ―le contó don Ángel, un día que Atamante insistió en demasía.

...

―Mi padre decía que su belleza superaba a las esculturas griegas y que no le extrañaba que interpretara Venus era mujer y la Condesa descalza. 

En la primera, una Venus de yeso se transformaba en una mujer de carne y hueso; en la segunda, tras la muerte de la condesa, solo quedaba su reproducción en mármol, que Sinatra pidió a su director y la instaló en su jardín.

...


Alguien se le arrimó por detrás. No se percató de quién era hasta que oyó su peculiar voz:

―¿Cómo estás, majete?

―¿Don Rafael? ―preguntó conmocionado.

...

―No te preocupes, ahora hago algún papelito de figurante. ―Se rio sonoramente. A continuación, comedido y serio, le preguntó―: ¿No te apetecería trabajar en el cine?

...

―Estamos a punto de empezar el rodaje de El Cid y el equipo ya está formado, pero seguro que no habrá inconveniente en que te incorpores en la siguiente película. ¿Qué me dices, chamaco?

© Todos los derechos reservados



Comentarios

Entradas populares de este blog

Sin problemas

Club21

La fuente de las musas I