La fuente de las musas II
―El
verdadero Tropicana surgió al convertirse Martin Fox en el único propietario de
la finca y del negocio; y, sobre todo, cuando contrató a Rodney, entonces
coreógrafo del Sans Souci.
―Rodney ―insistió doña Gloria―, un mulato claro, que tenía las manos deformadas por la lepra. Había trabajado como artista de variedades y se hizo popular con unos sketches subidos de tono en la sala Shanghái.
―A medida que su
enfermedad progresaba, se fue retirando del escenario y dedicando a la
coreografía. Su talento explotó en el cabaré Sans Souci.
Martín Fox era un guajiro de Ciego de Ávila que pasó de trabajar de peón en el taller de un ingenio a poseer uno de los clubes más importantes del mundo. ¿Cómo lo hizo? De un modo que, según le detalló doña Gloria, a Atamante se le antojaba semejante a la biografía de numerosos mafiosos. Comenzó haciendo dinero en el juego clandestino.
Luego entró con una
participación modesta en el casino de Tropicana, controlando un par de mesas de
juego. Aprovechó la crisis de la Segunda Guerra Mundial para ir prestándole
dinero a los dueños de la empresa, que no hacían otra cosa que acumular
pérdidas, hasta que se vieron obligados a venderle el casino y, finalmente, el
cabaré. Con el tiempo convenció a doña Mina de que le vendiera la finca.
...
―¿Sabías que en los años cuarenta casi lo cierran por una denuncia de los jesuitas del vecino colegio Belén?
(Fidel Castro con estudiantes y profesores del colegio Belén. 1943)
Doña Gloria achinó los ojos con malicia y añadió: «Un año antes de que entrara Fidel a estudiar allá».
―De ahí le vendrá la poca afición por bailar, se lo inculcarían los jesuitas.
―Yo creo que le sale el gallego por los pies.
Aquella expresión que indicaba la torpeza proverbial de los españoles para bailar ritmos caribeños, le hizo gracia a Atamante.
Doña Gloria le comentó que a los jesuitas les molestaban los golpes frenéticos del bongó de Chano Pozo. El primer dueño del cabaré, Correa, había montado una revista musical llamada Congo Pantera, en la que Chano era el cazador y perseguía acompañándose de sus percusiones endiabladas a una bailarina que hacía de pantera, moviéndose a través de la vegetación iluminada.
―¿Quién
tú crees que hizo de pantera? ¡Una bailarina rusa!
―¿Una prima ballerina bailando danzas afrocubanas? No me lo imagino.
―La razón fue que el Ballet Ruso de Montecarlo terminó la temporada en La Habana con pérdidas y se quedó varada; aceptaban cualquier trabajo con tal de conseguir un boleto de regreso.
Roderico Neyra, Rodney, siguió doña Gloria explayándose, realizaba varias producciones al año, que no tenían nada que envidiar a las que exhibían en el Follies Bergère, el Lido o el Moulin Rouge. Elegía chicas cortadas por el mismo patrón: altas, caderas rumbosas, «fondillos» ostentosos y cinturas mínimas; a las que pesaba semanalmente, y quien excedía lo estipulado por contrato, quedaba excluida hasta que adelgazara.
Al cuerpo de baile del cabaré, se incorporaban grupos estelares, como Las Mulatas de Fuego, que él mismo creó, o la Tongolele.
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