Personajes ficticios
DOÑA GLORIA
Sobrevive a la
revolución cubana desde dentro, padeciendo y disfrutando su nostalgia del «mundo
de ayer». Gran conversadora, memoria inagotable de lo perdido y guardián
inquebrantable de sus sombras. Cada vez que está con ella, Atamante teme que
obre algún milagro o alguna revelación inquietante.
Es quien le descubre algunos
de los músicos esenciales de Cuba: Bola de Nieve, Chori, Chano Pozo, los
decanos de la trova y Freddy; desvelándole los misterios que encerraban los
versos de Claudel sobre Euterpe.
El personaje está
inspirado en dos personas reales, dos amigas que vivieron cincuenta y cinco
años separadas por un océano; dos caras del exilio, la del desarraigo y la del
silencio.
Para ahondar en la
historia real de estas dos amigas, ver el documental:
55 años de distancia. Documental. Cuba y
España. 38 Editions Productora.
https://www.youtube.com/watch?v=WuGj5FFcr7s
CLAUDIA
Cubana con aspecto
nórdico, por su altura, su melena rubia y sus ojos verdes; y temperamento
caribeño. La revolución le pilla en Madrid, donde estudia historia
contemporánea. Decide quedarse exiliada y se promete a sí misma que hará todo
lo posible para cerciorarse de que la historia no absuelva a Fidel.
Es amiga de Cuca, la novia de Alfredo, y la invitan a un guateque organizado por los hermanos de Atamante. Allí protagoniza un gesto que quedará en la memoria de un Atamante adolescente.
ELIANA
Dentro del óvalo
simétrico de su rostro, sus cejas, bien pobladas, alzadas y arqueadas, trazan
una curva divergente de los pliegues de sus párpados, de manera que cualquiera
que sea el tema de conversación y sus reacciones emocionales, transmite la
sensación de estar siempre alerta. Al sobreactuar, a Eliana le asoma su
incisivo frontal derecho, algo mayor que el izquierdo, única asimetría en su
cara; en cuyo borde inclinado Atamante vislumbra una guillotina.
Además de historiadora de arte, es funcionaria de Cuba-Tour; experta en dar a los turistas la imagen idealizada de la revolución y facilitar la venta del patrimonio confiscado a los «malversadores que robaron al pueblo».
CUCA
Novia de Alfredo, hija
de una familia de la alta sociedad. Compensa los monótonos discursos de su
amado con una conversación amena y burbujeante; virtuosa en modular una gran
variedad de inflexiones a velocidades vertiginosas, su presencia garantiza la
diversión en cualquier reunión de amigas. Se llama Pilar, aunque todos la conocen
por Cuca.
Obtendrá una información primordial para Atamante.
EKUNDAYO
Era un negro de enormes hechuras, con recios brazos y piernas, que doblaban los del marinero más fuerte. Los rasgos de su rostro eran ambivalentes: si sus ojos expresaban bondad, unas hondas arrugas endurecían su semblante e infundían miedo; lo que dificultaba saber si estaba risueño o iracundo. Su nombre significa en su lengua «el dolor se convierte en alegría».
Salió de África vendido por su padre como esclavo. La vida de don Crispo y de Ekundayo se cruzaron en una travesía que resultó un camino de Damasco para uno y la libertad para el otro.
SECUNDINO
Había nacido en la casa de los Barruticoechea hacía setenta años, hijo de un mestizo que vino a Madrid junto a don Crispo. La jardinería era su labor primordial, oficio que aprendió de su padre; no obstante en ocasiones ejercía de recadero, criado y chófer. Era un cuarterón jabado, su piel y sus rasgos los había heredado de su abuela paterna, asturiana, ama de cría de Flavio, y bien podría pasar por blanco. Su corpulencia se la debía a su abuelo africano. Las dos familias habían convivido más de cien años y él había servido a dos generaciones de los Barruticoechea.
EULALIA
Mujer de Secundino y ama de llaves de la casa de los Barruticoechea. Encargada de poner orden para que las chicas de servicio dieran abasto sacando brillo a cubiertos, bandejas, candeleros, lámparas y aguamaniles de plata; fregaran el juego de porcelana de Limoges, sacando brillo a sus filetes dorados; enceraran la caoba de la mesa del comedor y lograran que el bronce de sus patas reflejara la luz como los espejos de los aparadores. Como su marido, conocía los sucesos y secretos de la familia, pero era extremadamente discreta.
MARCELA
Hija de Eulalia y Secundino. Se fue a trabajar a Barcelona, tras un acuerdo despiadado con doña Margarita. Allí le aguardaba un destino funesto.
DON SEGISMUNDO
Abogado. Su destartalado despacho es fiel reflejo de su propio desaliño. Sobre su mesa hay una montaña heterogénea de documentos a punto de desmoronarse; y en los anaqueles de su biblioteca pocos libros están dispuestos en posición vertical y con el título leíble en su lomo. El polvo y la ceniza, mezclados e indistinguibles, forman una pátina grisácea que cubre las superficies de menos trasiego.
Su cuerpo es de naturaleza expansiva, desbordando el asiento y brazos de sillas y sillones en los que se sienta. En su cabeza esférica, ojos, nariz y orejas se insertan como si fuera un muñeco de plastilina. El puro, siempre entre sus labios, encendido o no, se integraba en los rasgos de su fisonomía. Pese a andar en la cincuentena, su cráneo rotundo tensaba las arrugas de su frente y parecía más joven.
DOÑA REMIGIA
Dueña de la pensión en la que vive Atamante, una oronda mujer a la que su delantal de cocina pone algo de color sobre su vestido de viuda perpetua, que amadrina a aquel adolescente tan bien vestido y de tan buenas maneras, sin saber sus circunstancias ni hacer preguntas.
JOSÉ
Un cubano sobrado de
astucia y falto de escrúpulos. A pesar de su pequeña estatura, José lleva
pantalones de batahola como Benny Moré, una chaqueta cruzada de lino irlandés
que parecía prestada, una corbata ancha de vivos colores y unos zapatos
combinados en blanco y negro, de los que también utilizaba el «bárbaro del
ritmo». Su pelo ondulado, peinado hacia atrás y raya a la izquierda, sus ojos
grises y labios perfilados, le daban un aire al actor Joseph Cotten.
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