Aves, mosquitos y plomo II (Mambises)
―De
todas formas, la diferencia en las fuerzas de combate era considerable. ¿En
virtud de qué logramos resistir? ―Ferrara enfatizó el mérito―. Porque aplicamos
la táctica idónea, atacando por sorpresa y retirándonos velozmente.
―Orestes,
¿has visto la panoplia con el viejo fusil Remington y el machete de mi padre? ―Don
Aurelio quiso hacer ostensible el valor de aquellos hombres.
―¡Claro,
chico! Salimos los dos vivos y con los zapatos puestos ―dijo Ferrara con una fogosidad
atemperada―. ¡Cuántos cayeron a machetazos! Era tal la destreza de los guajiros,
que el enemigo temblaba viendo a lo lejos el reflejo metálico de sus hojas.
―Un
sesenta por ciento de las bajas españolas por hechos de armas se debieron al
machete ―aportó la estadística el embajador Remos.
―¿Y
los americanos? ―insistió Eca, viendo que todavía Foxá abría las aletas de su
nariz aguileña buscando oxígeno, mientras seguía concentrado en su codorniz.
―¡Terrible
fue el año noventa y ocho! La actividad bélica fue extrema y la guerra no se inclinaba
de ningún lado. El margen de victoria lo vinieron a dar los Estados Unidos, tras
su intervención directa ―reconoció Ferrara sin soliviantarse.
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