Trovadores V (negros curros)

 

Una última cuestión, don Justo. ―Lo retuvo cuando ya habían concluido las actuaciones y los asistentes se empezaban a marchar―. ¿No tienen esos lamentos alguna reminiscencia del flamenco español?

No es descabellado que preguntes eso, chico. Alguien tan versado como el famoso rumbero Saldiguera, dice que en la voz, la inspiración se avecina bastante al cante jondo. Esa influencia la trajo el negro curro.

¿Ha dicho usted negro curro? ―se extrañó Atamante.

Me refiero a los negros curros del Manglar, a extramuros de La Habana Vieja. Fueron unos negros y mulatos originarios de Sevilla. De ahí su nombre, en Cuba se dice curro a los andaluces. No eran esclavos, vinieron libres. Don Fernando Ortiz, nuestro insigne antropólogo, los llama los nietos bastardos de don Juan Tenorio.

Doña Gloria, que los conocía por los escritores costumbristas de la época, describió su peculiar fisonomía: pasas en largas trenzas sobre los hombros, dientes limados a la usanza carabalí, pantalones de campana estrechos en la cintura y camisas de mangas anchas, pañuelo en ángulo a la espalda, anudado en el pecho, zapatos de cañamazo y hebilla de plata, sombreros de paja alón y argollas de oro en las orejas.

A los negros curros se les veía pavonearse por las calles de La Habana a finales del siglo dieciocho, contoneándose y meneando los brazos, afectados en el hablar, usando un vocabulario propio de los hampones sevillanos. Si sonaba una guitarra en las tabernas del puerto, pues ellos eran menos de tambores, el negro curro improvisaba cantos en décimas y guarachas de letra picaresca.

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 Las fotos están extraídas del documental La Herrería de Sirique (1966) del director Héctor Veitia, que puede verse en el enlace:

https://www.youtube.com/watch?v=_GTz4g6HaNs


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