La inauguración del hotel Hilton

 





¿Os acordáis del día que se inauguró el Castellana Hilton?

Ninguno de nosotros estuvimos allí ―contestó el resto al unísono, viendo las sanas intenciones del doctor.

Hará de esto nueve años ―empezó el doctor―. Hubo unos quinientos invitados. Una mezcla tan surrealista como la de hoy, a la que se unió el Patriarca de las Indias Occidentales, Eijo Garay. ¿No os parece ridículo? ¡Ya no tenemos colonias ni orientales ni occidentales y el obispo de Madrid mantiene ese título! Por cierto, el obispo que casó a Villaverde.

Y el que entronizó a Franco bajo palio en la iglesia de Santa Bárbara ―completó Dueñas con acritud, orgulloso de formar parte de la revista que se estaba convirtiendo en un referente para la resistencia intelectual al franquismo.


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Recuerdo haber visto un No-Do antiguo ―quiso contribuir de nuevo Atamante, repuesto del bochorno―, donde aparecían desembarcando en Barajas un montón de estrellas de Hollywood, el primero Gary Cooper.

Cooper venía de ganar un Óscar por Solo ante el peligro ―señaló Dueñas―. Acompañado de Merle Oberon, la inolvidable Cathy de Cumbres borrascosas.


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¿Os acordáis de Leo Carrillo bajando del avión, caracterizado de Pancho de su serie The Cisco Kid? ¡Le faltó montar su caballo palomino! Nadie le debió advertir que conocíamos su personaje por una tira cómica, puesto que aquí todavía no había televisión ―aclaró Gil Parrondo.


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Vinieron con él otras actrices poco conocidas para el público español ―señaló Tedy―, como Mary Martin, magnífica intérprete de musicales en Broadway, protagonista de The Sound of Music, trabajo por el que recibió hace dos años su tercer premio Tony.


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En aquella ocasión el que triunfó fue Dominguín, ¡las actrices no le dejaban tranquilo! ―volvió Torroba al papel cuché―. Las había puesto en suerte por la mañana, organizando una becerrada en su finca. Es curioso que Ava pasara desapercibida, no me consta que le echara el ojo al torero aún. Se conocieron en Chicote meses después.

Conociéndola, en cuanto viera la bendición episcopal y el izado de banderas, con la banda municipal tocando los himnos nacionales, saldría espantada ―dijo Tedy.


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A Gary Cooper también le debieron de aburrir los discursos de Hilton y Arias Salgado, y desapareció temprano ―continuó el doctor―. ¡No era para menos! Hilton empezó hablando de la huella de los españoles en su Nuevo México natal, y luego, obligado a darle coba a Franco, dijo que España había sido la única nación que había vencido al comunismo, «gracias al caudillaje ejemplar de vuestro ilustre jefe del Estado».

Se miraron unos a otros incrédulos.


Arias Salgado no se quedó atrás ―siguió Torroba dando pábulo a la perplejidad de sus contertulios―. Recordó que España se preparaba para recibir a dos millones de turistas y entró en materia, diciendo que no debían seguir estorbando «los infundios lanzados» por el comunismo internacional a la estimación mutua. Siguió con una loa a las grandes virtudes de ambos pueblos: la espiritualidad de los españoles y, ¡ojo!, la generosidad de los norteamericanos.

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Actuaron un conjunto flamenco y unos baturros que bailaban la jota como Nureyev ―siguió rematando el cuadro el doctor―. ¡Aquello parecía un festival de coros y danzas! El propio Hilton, animado por el empuje de los bailarines, se arrancó a dar unos pasos estilo country. Dos pollinos, que acompañaban a los aragoneses, estrenaron la alfombra del lobby con lo mejor de sus entrañas.


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Aprovechando el carácter festivo que había tomado la conversación, Atamante se atrevió a preguntar al doctor Torroba su opinión de experto, sobre cuál era la mujer más bella del cine. La respuesta del doctor no se hizo esperar:

He reconocido muchas mujeres bellas: Sofía Loren, Gina Lollobrigida, Alida Valli, Ava Gardner… ―Un rictus en su boca y el brillo de sus ojos daban a entender la dificultad de realizar tal tarea, conservando la debida impavidez deontológica―. Lo cual me permite valorar científicamente la cuestión... 


Me decanto por Brigitte Bardot, es perfecta, desde el cuero cabelludo hasta la pezuña del dedo meñique del pie izquierdo.

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La respuesta desconcertó a todos. Gil Parrondo protestó por no haber elegido a Marlene Dietrich o a Greta Garbo. Rodero habló de Liz Taylor. Dueñas, que empezaba a salir con Charo López, entonces estudiante de Filología en Salamanca, habría apostado por que no hubiera nadie que ensombreciera la belleza de Ava Gardner, salvo su novia. 

En cuanto a Atamante, en otras circunstancias hubiera esperado que nombrara a Dorothy Dandridge, pero aquel día el resultado no le importaba en absoluto; no en balde se había acercado allí por aquella chica, cuya silueta se le había atado a los pliegues de su memoria con un nudo de pescador y era incapaz de deshacerlo.

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